Durante la segunda mitad del siglo XIX se publicó un libro cuyo protagonista, el príncipe Myshkin, tenía epilepsia; por aquellos años, la neurología aún no tenía un tratamiento efectivo para esta enfermedad y en la novela, este personaje, aún siendo de una acaudalada familia rusa, creció alejado de sus padres y hermanos en una casa de reposo en Suiza y no pudo recibir una educación formal, tuvo un tutor. Dicha obra, escrita entre 1868 y 1869, se llama El Idiota y su autor es Fiódor Dostoyevski.
El escritor ruso, uno de los más influyentes en la literatura universal, fue diagnosticado a los 25 años con epilepsia y en siete de sus obras – incluída la famosa Los hermanos Karamázov – describió, no sólo las dificultades que enfrentaban las personas con este diagnóstico, sino también cuál era la sensación a nivel físico que las y los pacientes tenían antes de una crisis y cómo se sentían después de haberla presentado.
Fue hasta 1873, cuando John Hungling Jackson, considerado el padre de la neurología británica y de la epileptología moderna, definió a la enfermedad como “una descarga súbita, rápida y excesiva de células cerebrales” y comenzó una nueva era en la comprensión de la epilepsia, la cual avanzó en el siglo XX, con la llegada de los primeros tratamientos con fármacos, en 1912, y con la aparición de estudios médicos como el primer encefalograma, en 1929.
¿En qué momento surge la neurociencia?
A lo largo del siglo pasado, los padecimientos médicos relacionados con la neurología y el comportamiento humano se volvieron asuntos de salud pública, tomando en cuenta que después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, millones de personas sufrieron daños físicos y mentales que implicaron el desarrollo de nuevas técnicas de rehabilitación, lo que promovió avances en el campo de la medicina.
Sin embargo, en la comprensión del sistema nervioso, el cerebro y los patrones de conducta, además de la medicina, intervinieron disciplinas como la biología, la fisiología, la neurobiología y la psicología. Aunque esta colaboración entre diversas áreas del conocimiento ya sucedía, durante los años 60 el Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos promovió el Neuroscience Research Program, cuya finalidad era conectar a académicas y académicos de universidades de todo el mundo implicados en estas líneas de investigación.
Y aunque formalmente, es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando la neurociencia se establece como una disciplina, sus orígenes se remontan a finales del siglo XIX, cuando Wilhelm von Waldeyer-Hartz, un profesor de anatomía y patología alemán, acuñó el término “neurona” para describir a un tipo de célula que representa la unidad estructural y funcional del sistema nervioso, la cual transmite información a través de impulsos nerviosos, químicos y eléctricos, desde un lugar del cuerpo hacia otro.
Sin embargo, quien es considerado uno de los pilares de la neurociencia moderna es el español Santiago Ramón y Cajal, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1906, junto al italiano Camillo Golgi, por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. Su libro La textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados, continúa siendo -a más de cien años de su publicación- una de las obras de neurociencia más citadas del mundo.
Cuál fue la aportación de Santiago Ramón y Cajal que lo convierte en uno de los “padres” de la neurociencia? Aquí vale la pena mencionar que, además de sus conocimientos médicos, era un diestro dibujante y fotógrafo, lo cual le permitió documentar su trabajo con ilustraciones e imágenes que robustecieron su teoría sobre la “doctrina de la neurona”.
El médico español aprendió en 1887 la tinción desarrollada por el italiano Gamillo Golgi, la cual coloreaba las células cerebrales y permitía ver a detalle las neuronas, las cuales comenzó a estudiar como unidades individuales que se comunicaban con otras, enviando y recibiendo información, lo cual fue relevante en la comprensión de los procesos cerebrales.
¿Cuál es la importancia de la neurociencia?
Ha pasado más de un siglo desde que Cajal estableció las bases de la neurociencia y más de cinco décadas desde que nació formalmente como una rama interdisciplinaria del conocimiento; desde entonces, una mejor comprensión, no sólo del funcionamiento del cerebro, sino del sistema nervioso y los procesos relacionados con la mente, han permitido avances en la neurología, la psiquiatría, la psicología e incluso en la educación.
Por ejemplo, entender qué áreas del cerebro y del sistema nervioso participan en la movilidad, la visión, el habla y los procesos de aprendizaje, permite a las y los investigadores encontrar nuevos fármacos o desarrollar métodos de rehabilitación para personas que han sufrido Eventos Vascular Cerebrales (EVC), tienen trastornos del neurodesarrollo o enfermedades mentales.
La neurociencia también puede ayudar a las y los científicos a entender mejor las funciones cognitivas, los patrones de comportamiento y la manera en la que el sistema nervioso se relaciona con otras partes del cuerpo; lo cual, tiene aplicaciones tanto en la educación, como en la investigación sobre adicciones e incluso en problemas de salud pública como la obesidad.
Fuente: Ibero.mx